Muchas veces vemos las actividades de caridad o de ayuda como algo tan lejano a nosotros, siempre admirando lo que otros hacen por los que los necesitan, pocas veces nos detenemos a pensar que hay cosas que nosotros podemos hacer por esas personas también, por pequeñas que parezcan.
El día de hoy formé parte de un grupo de traductores que se dirigían a ayudar una comunidad muy pobre en la ciudad de Granada, Nicaragua. Debo admitir que por un momento me sentí incapaz de brindar más ayuda que la que estas personas estaban dando, por un momento llegue a sentirme de sobra en este grupo de ayudantes. Mas no había pensado que mi presencia me ayudaba más a mí que otra cosa, pude darme cuenta de las condiciones de vida de estas personas, pude ser la precursora de muchas sonrisas y alegría por el tiempo que estuve ahí. Pude sembrar en los corazones de niños semillas de felicidad en el corto tiempo que estuvimos jugando con ellos, para nosotros juegos inocentes, para ellos una inmensidad en su pequeñez.
No puedo evitar sentirme orgullosa de el trabajo hecho el día de hoy, no tengo más que decir que agradezco a Dios la oportunidad que me brindó de formar parte de este grupo, con un papel pequeño para mí pero grande ante los ojos de Dios. Esta es la primera vez que experimento algo así y estoy segura que no será la última.
La pobreza nos observa atenta deseando alcanzarnos un día, y para aquellos que somos lo suficientemente dichosos de tener un techo debemos considerarlo y agradecer siempre a Dios que su brazo de misericordia nos ha alcanzado.
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